sábado, 30 de mayo de 2009

Reconstruyendo "Reconstrucción"

“Reconstrucción” y ya el mismo título es un rizoma. Re-construir, que implica que antes hubo una construcción que ya no existe o que está por dejar de existir. Que implica que habrá otra construcción íntimamente relacionada con la primera, pero que deja abierto a la creatividad humana todo lo que no está dicho. Reconstrucción y la palabra, alienada de su contexto, sin mayor explicación, abre la puerta a millones de líneas de fuga que desterritorializan la palabra, dejando así ésta de ser signo, perdiendo su referente, porque ya no importa que hubo antes y no importa que vendrá después.

La idea de una reconstrucción, el simple sonido de esa palabra siendo murmurada por cualquier voz humana, crea en nosotros una infinidad de sensaciones, pero depende quien la escuche y depende quien la diga y bajo que contexto. Un título, sin más que decir, sin imágenes a que relacionarlo, sin nadie que lo diga, ni nadie específico destinado a escucharlo, sin ningún contexto, es por creación rizomático. Es lo interesante de un título como “Reconstrucción”, uno lo dice al aire la primera vez y es tan amplio el campo que abarca, son tantas las ideas que comienzan a recorrer el cuerpo, que la mente pareciera quedarse en blanco, porque así de complejo es un rizoma, tan abrumador que parece plano, pero ahí están las líneas de fuga fugándose unas con otras, confundiéndose, entremezclándose, deviniendo en otras líneas de fuga que a su vez continúan desterritorializando a otras más, porque lo que importa aquí no es llegar, sino seguir, es un continuo flujo que no se puede concretar porque dejaría de fluir y que no se puede definir porque nunca fue ni ha sido, más bien siempre recorre por el camino del “siendo”, esta palabra que abre la mente a la a-temporalidad, a lo indefinido. Así, uno deja de cuestionarse, porque ya no importa, y uno deja a la palabra sonar y uno comienza a repetirla, en ese obstinado afán por encontrarle significado, por descubrir el misterioso referente que nos ofrece una falsa seguridad bajo la cual cobijarnos, pero que a su vez evita que seamos capaces de descubrir la verdadera belleza de la palabra, que no reside en su contenido, sino en su forma. Repetir y repetir la palabra hasta el cansancio, tan sólo eso es necesario para internarnos en la magia del rizoma, para perdernos en lo que vendría siendo una escucha práctica o reducida, en la que ya no interesa qué nos quiere decir la palabra, sino qué nos hace sentir a través de sus propiedades sonoras.

La experiencia de repetir la palabra resulta peculiar. Las primeras treinta veces generan la sensación de que el “re” estuviera fuera de lugar, la posición de la boca al pronunciarla desencaja completamente con el resto de la palabra. Sin embargo uno continúa diciéndola y las siguientes treinta veces pareciera que el sonido generado por la doble c comenzara a molestar al oído y una vez más uno desearía poder deshacerse de ese sonido silbado que no deja fluir a la palabra, que rompe con la armonía que llevaba antes de llegar a él y con la que continuaría gracias al “on” final. Pero uno persiste y tal vez es el tedio de la repetición, pero para las siguientes treinta veces, uno empieza a trabarse con la palabra, empieza a correr y a tropezarse y sin detenerse a levantarse uno continúa corriendo y la palabra de repente se funde en un balbuceo casi ininteligible, pero es justo en ese momento en el que la palabra encuentra su total armonía, es precisamente ahí cuando la palabra pareciera adquirir mayor unidad. Tanto repetirla y uno la conoce de pe a pa, ya no hace falta articularla con cuidado y detenimiento, porque es tal la intimidad que se ha generado, que uno deja de pronunciarla para seguir escuchándola, uno empieza a querer adivinarla antes de tiempo y ya no es la palabra reconstrucción que aparece en el diccionario, es la palabra reconstrucción que ha sido abstraída por la repetición mecánica del habla automatizada, en la que ya no importa si se comenzó con el “re” y se terminó con el “on”, sino la sensación generada por un movimiento que se reconoce propio (tanto el movimiento de ondas que implica el sonido, como el movimiento físico que implica hablar) y así uno puede detenerse a descubrir la belleza de la continua reconstrucción de un sonido que muere para darle vida al siguiente, que reconstruirá un nuevo sonido que tendrá una íntima relación con el primero, pero que no será descubierta sino hasta que la reconstrucción haya sido completada y este mismo sonido tenga a su vez que morir para dejar que otro nazca. Ciclo interminable y que podría proyectarse hasta el infinito.


Desafiando a la posmodernidad

Lo primero que pasa por mi mente cuando pienso en escribir un ensayo son los autores que citaré –sacar de su contexto frases enteras con el único propósito de demostrar un punto– y de principio suena algo tramposo por la cantidad de frases que se dejan fuera. Uno escoge cuidadosamente cuáles le convienen, cuáles son las más fuertes y las más concisas y así se lleva haciendo durante años. Un ensayo tiene mayor validez si contiene citas de personajes históricos, de teóricos y/o de académicos, pero yo sigo preguntándome ¿por qué? ¿Por qué no basta con decir que lo dije yo?, ¿qué le da a Foucualt la autoridad suficiente para validar mis opiniones? Años estudiando y especializándose, millones de libros leídos e infinidad de vivencias experimentadas. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero no es la vejez, es la convención lo que hace que valga más su opinión que la mía. Es el hecho de que todo el occidente, o casi todo, se haya puesto de acuerdo en el mismo pensamiento que dice que Foucault es grande y que lo que dice es inteligente. Así, es curioso que hasta en un movimiento que pretende ir en contra de la academia, se necesite citar a los académicos, aunque sea como referencia para partir de ahí en un camino completamente en contra, pero sigue sin aceptarse la posibilidad de la generación espontánea de pensamientos. Me parece interesante que seguimos cometiendo el mismo error, seguimos pensando que lo que se dice hoy es la verdad o lo más cercano a la misma, sin caer en cuenta que durante millones de años el hombre se ha encontrado en ese mismo error y al pasar el tiempo lo que parecía inteligente o sensato, comienza a sentirse absurdo. Seguimos sin entender que una nube no se puede apreciar estando dentro de ella porque tan sólo se aprecia una bruma que no deja ver, para ver la nube tenemos que estar debajo o arriba o a un lado de ella, pero no dentro de ella, y mientras más lejos estemos de la misma habrá mayor claridad pero se sacrificaran los detalles. Así, hoy Foucault es grande, hasta que alguien se atreva a decir lo contrario y la gente lo apoye y se cree otra convención y Foucault ya no pueda ayudarme a obtener una buena nota. La verdad es una convención y ya lo había leído antes pero no recuerdo quien lo dijo y francamente no me importa. ¿Qué sentido tiene ir en contra de la convención si lo único que se va a obtener a cambio es otra convención? Porque hasta que no se vuelve convención la gente no se entera y si las cosas no se saben, entonces es casi como si no existieran.

La posmodernidad es una teoría y ahí comienza su problema. Las teorías se basan en errores que llevan tanto tiempo repitiéndose que han perdido su categoría errónea. A todo se acostumbra el ser humano, pero eso no quita que las explicaciones sean errores bien vestidos. La teoría se basa en ciencias como la historia, pero la historia no es una ciencia porque la ciencia es un chiste. Hasta que punto llega la necesidad del ser humano por lograr que todo encaje en moldes preestablecidos, que hasta las cosas que no encajan son obligadas a pertenecer dentro de una categoría que pretende comprenderlas al ponerse de su lado, tal es el caso de los matemáticos y sus números irracionales. Esos números no existen y sin embargo necesitan existir porque sino toda su teoría se cae, pero tardaríamos más en terminar de completar o de decir el número que en demostrar porqué ese número es falso. Así, los científicos, los académicos y los teóricos se esfuerzan por embellecer sus teorías, por hablar lo suficientemente rápido y con un lenguaje tan especializado que la combinación de ambos factores logra que lo que se dicen se vuelva casi incomprensible, se amontonan y entre todos se apoyan, se aprovechan del poder que se les otorga por tratarse de una mayoría, pero el verdadero problema no es ese. El problema es que la gente cede y no por apatía ni por ignorancia, sino falta de interés, porque no a todos nos interesa ser pensadores, ni matemáticos, ni historiadores, y si pretendiéramos intentar entender todo de todo, nos sobresaturaríamos y terminaríamos por volvernos locos. Por eso no escribo un ensayo sobre la posmodernidad, porque lo mío es el cine y a mí que más me da si devengo cámara cuando veo a través del obturador, si lo único que importa en ese instante es la energía condensada dentro de mí que me hace sentir la persona más afortunada del mundo y que genera en mí una sensación de inmortalidad, y si devengo o no, si sé que devengo o si hablo sobre mi devenir, nada cambia ese sentimiento, que al final del día es lo único que a mí me importa.

Anti-teorizar sobre la teoría es como enseñarle a un niño a golpes que la violencia no es la solución de los problemas, así de absurdo es. En el cine, que tan buena es una película no depende de la historia que narra, sino de cómo se narra. Tiene tal poder la forma, que sin ésta el contenido no podría ser transmitido. De la misma manera funciona para la mayoría de las cosas, qué tanto se ríe la gente de un chiste tiene mucho más que ver con la manera en la que el comediante lo cuenta que con el chiste en sí. De la misma manera, Deleuze y Guattari teorizan sobre no teorizar y piensan sobre no pensar para empezar a sentir, sin darse cuenta de que ellos son teóricos y pensadores, no sentidores. No se piensa sobre sentir tan sólo se siente, de la misma manera que no se habla sobre dejar de hablar, tan sólo se calla, sino uno se enreda en los pensamientos y es tal la necesidad por lograr comprender la importancia de sentir que uno mismo se olvida de sentir. Si Deleuze y Guattari hubieran sido todo aquello que pregonan, entonces los conoceríamos como sentidores de la vida y no habría teoría sobre sentir, tan sólo un claro ejemplo y muchos seguidores. Pero no es el caso, ellos sólo proponen solucionar el problema, pero no lo solucionan, ¿y a mí qué más me da? si lo que menos me importa es la posmodernidad. Sigo sin entender el punto de escribir un anti-ensayo, creo que es algo negativo, si no puedes tomar nada bueno del libro, déjalo y consigue otro que te aporte algo bueno, pero ¿Cuál es el afán de coleccionar libros, millones de páginas tan sólo para demostrar que no dicen nada.? ¿Qué bien le trae eso al mundo? Hay que sumar, no restar, hay que multiplicar no dividir. Y así, por esto mismo yo no quiero hacer un ensayo que vaya en contra de la posmodernidad y la razón no tiene que ver con que eso sería inevitablemente posmoderno, sino con que a mí no me interesa hablar ni escribir sobre cambiar al mundo, yo voy a cambiar al mundo, yo voy a cambiar mi mundo y un sabio profesor me enseñó en su momento la manera de hacerlo y no puedo decirlo porque caería en lo mismo, pero sí se puede y sí se hace cada que uno quiere.



viernes, 29 de mayo de 2009

Des-significando el cine

“No hay signo ni pensamiento del signo que no sean de poder y con poder” esta frase dicha por Lyotard resume el porqué de la necesidad por parte de los semiólogos para encontrar significaciones en todo. El ser humano necesita sentirse en completo dominio del mundo al que pertenece, no puede simplemente vivir en paz y en armonía con la naturaleza; necesita poseerla, dominarla e imponerse sobre ella. El acercamiento natural sería de contemplación, sin intentar entenderla u obligarla a encajar en moldes creados por el hombre, lograr así desprenderla de esas esquematizaciones tan absurdas en las que insiste tan fervientemente el ser humano. El problema comienza justo ahí, en donde el hombre, embriagado por un aire de grandeza, se atreve a asumir que entiende lo que sucede a su alrededor y en base a esto asume que es capaz de crear conocimiento. Tal como diría Foucault “El conocimiento no es instintivo, es contra-instintivo; e igualmente no es natural, es contra-natural”. Ese afán por insistir en encontrar relaciones donde no las hay, por querer que todo fenómeno natural sea lógico y predecible, es aquello que nos mantiene aislados del mismo mundo. El conocimiento se convierte así en una barrera imposible de transgredir, pero que nos mantiene dentro de un espacio cómodo que nos reconforta a través de una falsa seguridad al convertirnos en devotos creyentes de la existencia de un orden cósmico, cosa que en realidad no es más que pura ilusión.

Es este mismo comportamiento que se da entre el hombre y la naturaleza, el que se ve repetido entre el semiólogo y el arte. El semiólogo embiste una lucha de poder y por poder contra el arte, en este caso contra el cine. Así, intenta comprender en lugar de simplemente sentir. Insiste en encontrar reflejada la lógica del pensamiento humano, sin detenerse a pensar que, a diferencia de cómo sucede en las ciencias, en la creación artística el pensamiento pasa a un segundo plano para cederle su lugar a los sentimientos. Por esta misma razón es absurdo pasar tantas horas intentando hallar significados ocultos, en lugar de tan sólo dejarse llevar ; dejarse sentir.

Siempre habrá grandes directores que logren recordarnos qué se siente dejarse llevar por las sensaciones, cualesquiera que ellas sean, y siempre habrá aquellos que escuden su miedo a sentir, detrás del pretexto de querer razonarlo todo, insistiendo en encontrar significaciones y cadenas de significaciones en el arte, que está hecho para sentir. Sin embargo, así mismo, siempre habremos unos cuantos que nos dedicaremos fervientemente a experimentar nuevas sensaciones, sin dejarnos caer en la sutil trampa de la interpretación, o tal como diría Lyotard la diferencia con aquellos seguidores de la semiología y los que no concordamos con sus teorías se hace notar en la manera en la que cada uno decide responder ante el signo, “¿A ustedes les habla? A nosotros nos pone en movimiento”.


¿Qué es el Cine?

El cine como poesía. Y durante más de un siglo se ha intentado definir al cine. Proponen: “el cine es un artificio creado por el hombre, a finales del siglo XIX, con el claro propósito de lograr capturar el espacio en movimiento a través del tiempo.” Y uno lee la definición y no queda conforme, de manera inmediata uno reconoce que eso que lee no es el cine, que el cine es mucho más y entonces comienzan a agregarle palabras a la definición, incluyen al sonido y sus características, así como ideas que desmenuzan la estructura de la fotografía y el mecanismo del proyector, para después aunarle pensamientos relacionados con la realidad y la sociedad, con la filosofía y con todo lo que viene a la mente. De un momento a otro terminamos con un ensayo de numerosas cuartillas que intenta torpemente capturar la esencia del cine, pero que no hace más que enredarnos en un complejo embrollo aún carente de la misma. Le damos vueltas al asunto y no entendemos porqué una definición tan completa y minuciosa nos resulta tan vacía y poco convincente.

Nos queda perfectamente claro la manera en la que todos los elementos juegan para crear el cine, su funcionamiento y sus razones de ser, pero algo dentro de nosotros nos exige más. Y de repente nos tropezamos con la siguiente manera de ver al cine: "el cine es la linterna del acomodador que atraviesa como un incierto cometa la noche de nuestro soñar despiertos". (A. Bazin) ¡Y ahí está el cine! Sin más vueltas, renglón y medio más que suficiente espacio para que la piel se nos crispe y algo dentro de nosotros comience a moverse. ¡La frase está viva! Es pura poesía y nos llena y nuestro ser queda conforme y el alma se tranquiliza porque la sed ha sido saciada. Y Bazin nos enseña que esa es la manera de acercarse al cine, como un enamorado creando poesía, intentando conquistar al amor platónico por el que se entregaría la vida misma. Y en ese momento Bazin deviene poeta, deviene amor, deviene cinematógrafo.

Tomemos el ejemplo y desterritorializemonos, dejemos de intentar explicar y definir, comencemos a devenir. Abrámonos a las líneas de fuga a través de la poesía que el cinematógrafo nos ofrece y creemos nuevas líneas de fuga a partir de nuestra propia manera de generar poesía para o sobre el cinematógrafo. Ya todo está dicho, el siglo del racionalismo ya ha quedado atrás, dejemos que el virus muera, curémonos del lenguaje. Vayamos para adelante, conquistemos nuevos territorios, abramos sus fronteras y liberémoslos de la tediosa monotonía que impone el significante. Este es el siglo de la experimentación. Experimentémosolo.


El objeto del deseo

Hoy en la tarde me dilemaba sobre el objeto de deseo, lo cual me llevo a pensar sobre la palabra objeto. Objeto que es de la misma familia de objetivo. Objetivo que es a su vez polisémico. Objetivo de meta a alcanzar. Objetivo de contrario a subjetivo, fuera de, imparcial. Objetivo de lugar por donde se mira cuando uno se refiere a una cámara fotográfica. La primera vez eres mi meta de deseo. La segunda vez eres mi deseo imparcial. Y la tercera vez eres mi lugar por donde se mira el deseo. Y es tan lugar común la frase “objeto de deseo” que todo el mundo entiende qué quiere decir aquel que lo dice, pero no es lo mismo una meta, que la parcialidad y que el lugar por donde se mira.

Definitivamente mi deseo por ti no es imparcial, porque viene de mi subjetividad y se genera gracias a tus particularidades. Mi deseo por ti no es una meta porque no es algo que yo este buscando, es algo que ya está ahí, constante y latente, el deseo. Yo te deseo aunque no te tenga y te deseo a pesar de tenerte. Pero mi deseo por ti no pretende llegar a ningún lugar en concreto, no tiene una dirección ni una culminación, simplemente es deseo. Mi deseo por ti, aunque no te trates de una cámara, no es un lugar por donde mirar, simplemente porque no es un lugar, no se puede territorializar porque eso no haría más que privar al deseo de sus líneas de fuga, reduciéndolo así a un simple mecanismo condicionado en el que el placer juega del otro lado de la cancha, así yo no podría desearte al poseerte porque de acuerdo a esta manera de ver las cosas, el placer generado del tenerte, colmaría mi deseo, aunque fuera momentáneamente, y así mientras te tuviera no te desearía.

Te he tenido y te he deseado teniéndote. Te he seguido deseando mientras te tengo porque el sentir placer no me hace dejar de querer sentir placer, sí, siento placer pero sigo deseando sentirlo, porque si hubiera dejado de desear sentir placer me habría apartado de ti en ese momento, y no al contrario, siendo que debido a que el deseo sigue ahí mientras yo siento el placer, continúo ahí por deseo a seguir sintiendo placer. De esta manera concluí en un rechazo por la frase “Tú eres mi objeto del deseo”. Habrá que crear una más conveniente.


miércoles, 27 de mayo de 2009

La explicación es un error bien vestido

El arte contemporáneo basado en el discurso, todo su sustento se encuentra ahí, en balbuceos. En un intento por distraer la mirada del espectador, por lograr que mire lejos de esa ventana obscura que no ofrece nada. El arte debería de ser el reflejo de la sociedad. El arte siempre fue eso, siempre ha sido eso. El arte contemporáneo no es arte, ni siquiera es contemporáneo. Contemporáneo ¿a qué? ¿A quién? Es tan ambiguo ese concepto como sus propios fundamentos. Un “algo” para evitar llamarlo arte, que pretende ser un reflejo, tal vez ni siquiera pretende porque no le interesa ser nada, tan sólo está. Ahí. Quieto. No se mueve ni deviene. Su popularidad justificada por ese miedo eterno del ser humano a verse reflejado y no encontrarse, no reconocerse o más bien desconocerse. Tal es la cobardía del ser humano que prefiere dejarse engañar por las enredadas palabras que ofrece el discurso, la explicación, ese error bien vestido, que por estar bien vestido logra entrar hasta en los lugares más elitistas. Está bien vestido y todo tiene que ver con la presentación. Esta banalidad absurda en la que se olvida la expresión.

El error bien vestido sale en defensa de todo eso que nunca fue y confunde y da vueltas y marea y al final no dice nada, es lo maravilloso del lenguaje, se puede hablar y hablar eternamente sobre un mismo tema, diciendo y repitiendo, confirmando y subrayando nada. Así el vacío se llena de palabras. Pero no había vacío y ahora lo hay. El vacío que generan las palabras. El silencio está completo, no necesita llenarse para existir porque su esencia le permite ser y estar al mismo tiempo que juega a no existir. Las palabras necesitan demasiado y cuando no se llenan, cuando uno no sabe cómo llenarlas y tan sólo las dice por decir, entonces el vacío es evidente y nos invade y nos tortura y nuestros oídos sangran angustiados. Pero es mejor sangrar a encontrarnos confortados con nuestra propia esencia, aquella que mejor expresa cuando se ve impulsada por el todo lleno del silencio, cuando no nos queda más que escuchar nuestros propios pensamientos, pero no aquellos que nos hablan con palabras, que racionalizan todo y tratan una vez más de confundirnos con explicaciones que pretenden justificar la mediocridad en la que vivimos inmersos. Son otros pensamientos, los que nos miran desde lejos con una mirada fría y enjuiciadora, esos pensamientos que más que pensar sienten y más que hablar miran. Porque mirar y sentir no es lo mismo que hablar y pensar. Ese algo contemporáneo nos habla y nos piensa. El arte, el verdadero arte, nos mira y nos siente.


El cine es una máquina de sueños

El cine visto como una maquina de sueños. El cine sentido. No como una manera de escapar de la vida, de la realidad, sino como una oportunidad para adentrarnos en la interioridad del ser humano, en todas esas sensaciones que tenemos olvidadas. Sentir, no pensar, no distraernos. Sentir. Se ha olvidado sentir. Vivimos en la repetición mecánica eterna, inmersos en un ciclo sin retorno, una y otra vez la misma realidad que ya conocemos. Nos da seguridad, nos protege, nos adormece. Vivimos pensando. ¿En qué? En nada, en todo, en lo trivial y en lo eterno, da igual, al final del día es lo mismo. ¡Qué distinto es sentir! No necesitar de nada, ni de bagaje cultural, ni de educación, ni de inteligencia. El sentimiento nos une. Entonces ¿por qué rechazar sentir? Los sueños no se piensan, se sienten. No se entienden ni se razonan, se viven, se experimentan. Sensaciones. Los sentidos vibrando al unísono de una narrativa descontextualizada y resignificada por nuestro inconsciente. Si el cine es una máquina de sueños, el cine está hecho para hacernos sentir, al igual que los sueños. Sin embargo, con que facilidad la gente olvida sus sueños al despertar, se desprende de ellos y no los vuelve a recordar, al final del día, o en este caso de la noche, lo que importa es la experiencia vivida y grabada para siempre en nuestras células.

Las experiencias generan sentimientos antes que pensamientos. El ser humano siente. Pienso luego existo: mentira. Siento: luego existo, así es como debe de ser. Para existir no hace falta más que un alma receptiva de emociones y sensaciones. Vivir siendo incapaces de emocionarnos por vivir, no es vivir. Podemos pensar en lo emocionante que es vivir y eso no es vida, la vida sería todo eso generado a partir del pensamiento de vivir, ese remolino que nos invade por dentro y que nos hace sentir un hueco en el estómago, como si un puño gigantesco lo estuviera apretando desde un universo paralelo y nosotros quisiéramos soltarnos y escapar porque la sensación es tan intensa que duele y que asusta porque no sabemos si seremos capaces de volver a sentir paz, de controlar ese sentimiento y así salimos corriendo a un rincón en nuestro cuarto, a resguardarnos de aquello que indica un “algo más” que desconocemos.