miércoles, 27 de mayo de 2009

La explicación es un error bien vestido

El arte contemporáneo basado en el discurso, todo su sustento se encuentra ahí, en balbuceos. En un intento por distraer la mirada del espectador, por lograr que mire lejos de esa ventana obscura que no ofrece nada. El arte debería de ser el reflejo de la sociedad. El arte siempre fue eso, siempre ha sido eso. El arte contemporáneo no es arte, ni siquiera es contemporáneo. Contemporáneo ¿a qué? ¿A quién? Es tan ambiguo ese concepto como sus propios fundamentos. Un “algo” para evitar llamarlo arte, que pretende ser un reflejo, tal vez ni siquiera pretende porque no le interesa ser nada, tan sólo está. Ahí. Quieto. No se mueve ni deviene. Su popularidad justificada por ese miedo eterno del ser humano a verse reflejado y no encontrarse, no reconocerse o más bien desconocerse. Tal es la cobardía del ser humano que prefiere dejarse engañar por las enredadas palabras que ofrece el discurso, la explicación, ese error bien vestido, que por estar bien vestido logra entrar hasta en los lugares más elitistas. Está bien vestido y todo tiene que ver con la presentación. Esta banalidad absurda en la que se olvida la expresión.

El error bien vestido sale en defensa de todo eso que nunca fue y confunde y da vueltas y marea y al final no dice nada, es lo maravilloso del lenguaje, se puede hablar y hablar eternamente sobre un mismo tema, diciendo y repitiendo, confirmando y subrayando nada. Así el vacío se llena de palabras. Pero no había vacío y ahora lo hay. El vacío que generan las palabras. El silencio está completo, no necesita llenarse para existir porque su esencia le permite ser y estar al mismo tiempo que juega a no existir. Las palabras necesitan demasiado y cuando no se llenan, cuando uno no sabe cómo llenarlas y tan sólo las dice por decir, entonces el vacío es evidente y nos invade y nos tortura y nuestros oídos sangran angustiados. Pero es mejor sangrar a encontrarnos confortados con nuestra propia esencia, aquella que mejor expresa cuando se ve impulsada por el todo lleno del silencio, cuando no nos queda más que escuchar nuestros propios pensamientos, pero no aquellos que nos hablan con palabras, que racionalizan todo y tratan una vez más de confundirnos con explicaciones que pretenden justificar la mediocridad en la que vivimos inmersos. Son otros pensamientos, los que nos miran desde lejos con una mirada fría y enjuiciadora, esos pensamientos que más que pensar sienten y más que hablar miran. Porque mirar y sentir no es lo mismo que hablar y pensar. Ese algo contemporáneo nos habla y nos piensa. El arte, el verdadero arte, nos mira y nos siente.


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